Por: Sebastián González Giraldo. Pbro.
«Que en este lugar resuene unánime la Aclamación de un Pueblo en Fiesta», escuchábamos hace apenas un momento en la proclamación solemne del Pregón de la Pascua. Retumba la tierra entera en esta noche de Gloria, con la noticia más grande que ha escuchado jamás el hombre: ¡Jesús ha resucitado! ¡Ha ganado la vida! ¡Ha vencido el Señor!
Que triunfó la vida, es la gran verdad que hoy necesita escuchar el mundo. Llegamos a esta noche santísima, en medio de la zozobra y la inquietud ante un panorama aun oscuro e incierto. Han sido tiempos difíciles. La noche del dolor y de la muerte han oscurecido el mundo y han socavado las seguridades humanas, los sistemas económicos y políticos. Muchas familias han visto de cerca el drama de la muerte, del dolor, de la pobreza. Tiempos complejos que han puesto a titubear incluso la fe de muchos creyentes, que apabullados hemos mirado el mañana con desconfianza, pues las olas encrespadas de esta violenta tempestad nos han pegado fuerte.
Semejante sentimiento, podríamos identificarlo con la experiencia de as mujeres del Evangelio. Muy de madrugada, cuando apenas estaba por salir el sol, fueron al sepulcro. Mientras recorrían el camino, el silencio se mezclaba con el recuerdo del Maestro y la ansiedad de lo que les esperaba. Vieron morir a Jesús. Su Cuerpo sin vida pendiendo de la cruz, fue un golpe inmenso a sus seguridades. Con Jesús murió el Maestro que les enseñó a soñar con el cielo, murió el que les había mirado con misericordia y con la limpia ternura del que ama con corazón sincero. Ya no estaba el que les enseño a creer en la fuerza transformadora del amor, el que no tuvo miedo de tocar la miseria del hombre, el que se puso a la altura del pequeño, el que horas antes les dijo «Sin mí, nada pueden hacer» (Jn 15,5). Tenían miedo. ¿Quién nos correrá la piedra para entrar al sepulcro? Preguntaban temerosas. También nosotros podemos sentirnos así.
Sin embargo, al llegar al sepulcro, una voz amable interrumpe su silencio «No tengan miedo» ¿A quién buscan, a Jesús el Nazareno, el Crucificado? No está aquí ¡Ha resucitado!... Esta es la gran noticia que en la mañana de la Pascua resonó en el corazón ce las santas mujeres y que hoy debe colmar la esperanza del mundo, azotado por el temor y la incertidumbre, por la pobreza, la muerte y el dolor: ¡No está aquí... Ha resucitado!
Y porque ha resucitado, hoy estamos de fiesta y queremos decirle al mundo ¡No tengan miedo! La historia aún no termina, la última palabra sobre la vida del hombre no la tiene la muerte, ni la enfermedad. ¡No hay nada que pueda apartarnos del amor de Cristo! ¡Ni la angustia ni la tribulación, ni el hambre ni la desnudez, ni los peligros ni la espada! (Rm 8,35) ¡No tengan miedo!
El templo donde resuena en esta noche bendita la aclamación del pueblo en fiesta, es la creación entera. Si en la tarde del Viernes Santo la mirada no se apartó del misterio de la cruz, escándalo para unos y para nosotros misterio de salvación (1Cor 1,18), hoy la mirada del hombre se ancla en la imagen del resucitado, que es fuente de esperanza, faro de luz, camino cierto, promesa cumplida, refugio seguro, certeza de la vida que no se termina, presencia que hecha fuera el miedo y que relanza al hombre con nuevo vigor al camino de la vida, para ser testigo de la resurrección.
Esta noche santa no puede estancarse en el gozo que nos embarga y reducir así nuestra espiritualidad cristiana a la vivencia de un sentimiento fugaz. ¡Del gozo al compromiso! Del miedo a la confianza responsable, de la superficialidad a la hondura de la fe. Impregnemos la oscuridad y el temor que padece el mundo con la luz nueva del Señor Resucitado que nos impulsa a vivir la caridad como la expresión más pura de nuestra solidaridad cristiana. Seamos testigos de la resurrección, saliendo al encuentro del hermano que se siente solo y desamparado. Contémosle a los abatidos y a los tristes, a los que le han perdido el sentido a la vida o tienen miedo del mañana, la buena noticia de la victoria de vida.
La Luz nueva de esta noche santa nos ayuda mirar con claridad las realidades que vivimos, complejas y desafiantes, pero no definitivas. Ahora sabemos que la última palabra sobre la vida del hombre y la vida del mundo la tiene el Señor Resucitado, cuya Gloria hoy celebramos. ¡Hay esperanza! ¡Él vive!
Terminaba el texto del evangelio, recordándonos una verdad que nos reconforta «El irá delante de ustedes» (Me 16.7) Vayamos pues seguros de su compañía a recorrer los caminos del mundo ¡Él está con nosotros! Que donde hubo miedo, resuene la aclamación de un pueblo en fiesta, seguro de que con Cristo Resucitado renace la esperanza en el corazón del hombre.
Que el gozo y la paz de esta noche bendita se esparza por el mundo entero y logre contagiar el corazón de todos, especialmente de los que más necesitan de la fuerza de la vida nueva y del amor que resucita, para que así, el corazón y la vida de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, se conviertan en un himno de gloria que aclame el Triunfo del Señor Resucitado.
¡Jesucristo ha resucitado! ¡En verdad resucitó!
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